Océano de las historias

Pelillos a la mar… de fueguitos

Cinco mujeres, cuatro escritoras y una ilustradora, que no se cortan un pelo. Nos toman el pelo y nos dan para el pelo. Y todo junto en un divertido y rebelde libro ilustrado de microrrelatos. Son el colectivo Microlocas, las escritoras Eva Díaz Riobello, Isabel González, Teresa Serván e Isabel Wagemann, y sus «Pelos», ilustrados por Virginia Pedrero, los ha recogido y publicado la Editorial Páginas de Espuma.

Me la pela

Miro mi pierna depilada, la derecha. Mi pierna depilada (la derecha) refulge, reluce, resbala. A cualquier ojo se expone enardecida por la cera. A por ella voy. Cómo me pone mi pierna derecha. Quiero besarla. Voy a besarla, pero no. No lo hago. Me detengo porque ahí está la otra: tupida, huraña, confusa. El águila y una mosca sobrevuelan el pasto de su rodilla; un sudor y el río descienden por la maleza. Negro tobillo, selvas negras, lobos en lo negro. Qué boca feroz impactará en ti, pierna izquierda. La cera borbotea y mientras una se eriza ante Pompeya, la otra ríe. Ni las oigo. Apago y salgo a las calles de agosto doblemente mujer.

Isabel González

Retorno

Estoy tan harta de depilarme, que decido ir al gimnasio luciendo mis axilas exuberantes y mis piernas de mamut. Húmeda, primaria, feroz. Mi piel es un río de leche donde se mecen juncos milenarios y oscuros. Todos los ojos se posan en mí cuando entro y me dirijo sin prisas hacia la sala de máquinas. No más aeróbic ni pilates. No más delicadeza y tacto de terciopelo. Levanto pesas, gruño mientras mis bíceps se contraen. Las otras mujeres me observan desde la cristalera, hipnotizadas, aspirando con avidez el sudor que desciende entre mis pechos de granito. Hago flexiones, separo mis muslos y la visión borrosa de mis rizos púbicos las enardece. Poco a poco van entrando con la mirada encendida y hambrienta. El rubito depilado que corre en la cinta es el primero en caer. Golpean a sus elegidos y los arrastran sudorosas hacia los vestuarios. Algunas vuelcan los aparatos y danzan a su alrededor entre cánticos bárbaros. Me miran ansiosas, buscan al líder de la manada. Y yo palpo lentamente mi cuerpo, hasta reencontrar por fin ese tacto primario que creía olvidado, mientras una voz ancestral me susurra que encienda una hoguera, busque un palo afilado y salga afuera a explorar lo desconocido.

Eva Díaz Riobello

La pelitud de la vida

Imaginemos a la mujer de inmensa cabellera. Supongámosla desnuda. Bajo sus axilas, enormes mechones de vello flotan como madejas de lana. Y su pubis. El desmelene donde jamás entró pinza ni cera. Sus brazos y piernas tienen tanto pelo que brillan. Melocotones al sol. Imaginemos que la mujer se descubre la primera cana y mira a ver si hay más. Sí, su magnífica melena empieza a ser canosa. La mujer tupida está en la plenitud de sus pelos y no llora no se tiñe no se tortura. La mujer abre una ventana. Luego otra para hacer corriente. Y desnuda, deja que el viento la despeine.

Isabel Wagemann

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