ENTREVISTAS

«Las nuevas tecnologías no hay que pensarlas por lo que nos permiten hacer sino por lo que nos obligan a hacer»

«El cuerpo, que tiene 40.000 años, que no ha cambiado en todo este tiempo, que no es capaz de adaptarse a las necesidades velocísimas de este capitalismo, es claramente un residuo obsoleto y casi un obstáculo. Uno se vive a si mismo como cuerpo en términos casi culpables y por la tanto huímos allí donde constantemente nos están proporcionando medios, incluso industriales, para esta fuga infinita», señala el filósofo y escritor Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) al hilo de su recién publicado último libro, «Ser o no ser (un cuerpo)».

«Por un lado, vivimos en un sistema económico que mide toda la riqueza en términos mercantiles, que solo considera las cosas en cuanto mercancías y por lo tanto no considera riqueza ni los cuidados ni las relaciones entre los cuerpos, ni los árboles, ni las cosas, digamos, de usar o mirar. Un sistema que, además, allí donde hay un mercado laboral obliga de alguna forma a los propios cuerpos a parecerse a las mercancias que esa economía fabrica. Y por tanto, está prohibida la vejez, los embarazos… Es una economía que de alguna manera reprime los cuerpos porque no son rentables», afirma Santiago Alba Rico. «Y por otro lado, está la tecnología que en estos momentos, a través sobre todo de la tecnología de la comunicación y de los gadgets que integran los cinco sentidos en pequeños devocionarios, en pequeñas cajitas en las que cabe un mundo mucho más grande del que podemos ver cuando levantamos los ojos, promueve también ese desenganche de nuestros cuerpos. Creo que las sociedades llamadas de consumo tecnológicamente avanzadas consisten básicamente en negar la existencia del cuerpo, en negar ese vínculo, ese gancho, con la tierra, los cuerpos, los límites».

En «Ser o no ser (un cuerpo)», libro publicado por Seix Barral, Santiago Alba Rico habla sobre la corporabilidad, la vida, en el capitalismo global a través de los cuentos tradicionales y los mitos clásicos. «Un ordenador no es una herramienta, se parece más a un órgano, eso sí, un órgano mucho más global, completo e infinito que cualquiera de nuestros otros órganos. Mientras dormimos las redes siguen activas. Por tanto, la verdadera vida, la vida inagotable, ininterrumpida, se ha trasladado a otro sitio, hasta el punto de que cuando no estamos conectados a ese órgano es como si estuvieramos muertos frente a la verdadera vida y, por la tanto, al contrario de lo que sucede con el martillo, que deja siempre el márgen de libertad de no usarlo si no tienes que clavar un clavo, las redes y las nuevas tecnologías se parecen muchísimo más a un órgano respecto del cual la única libertad que tenemos es la de acabar con él, el gesto fuerte en términos morales de desconectarse. Y desconectarse allí donde la verdadera vida ocurre, en las redes, es, como digo yo en una metáfora provocativa, como desconectar a un pariente de la respiración asistida en un hospital, es como tener que tomar todos los días la decisión de practicar la eutanasia a un pariente», explica el filósofo madrileño. «La relación con las nuevas tecnologías no se puede concebir en términos de libertad y hay que pensar en ellas no tanto por lo que nos permiten hacer, que son muchas cosas, como por lo que nos obligan a hacer», añade.

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