Océano de las historias

Un poeta en la oficina de empleo

«Somos solitarios desechos. Números de una cola que se desangra hasta que se abre la puerta. Los más experimentados saben donde ubicarse. Si fueran a fusilarnos nadie se daría cuenta», explica el poeta Kepa Murua (Zarautz, 1962) mientras espera su turno en la oficina del INEM, «tan solo para conseguir un empleo que nos retrate ante un espejo llamado dignidad». Todo el mundo debería, al menos una vez en la vida, pasar por una oficina de empleo.

Autorretrato en la oficina de empleo

Te observas en la calle por donde paseas
con tu cartera casi vacía
cuando al ir a pagar la cuenta
el dinero parece prestado.
Tu mirada cunado escapas
será saliva en tus labios
y sin embargo, no puedes renegar
de esas monedas.

Somos solitarios desechos.
Números de una cola que se desangra
hasta que se abre la puerta.
Los más experimentados
saben donde ubicarse.
Si fueran a fusilarnos
nadie se daría cuenta,
a muy poco les daríamos
siquiera pena o llorarían una lágrima
o rezarían un réquiem por nosotros.

Somos más de doscientos agolpados en la pared,
los funcionarios ni alzan la cabeza
mientras los números se intercambian
en un panel rojo, iguales por todas partes:
desempleados de un siglo que hace tiempo
se paró de verdad para todos.
Entregas el currículo y te dicen que lo acortes.
Hablas de tu último trabajo,
nadie se lo cree y te miran con pena.
Una mujer joven y triste te sonríe.

Domados, congelados por la incertidumbre
no hay nadie que se tareva a alzar la vista
para gritar su nombre, pero quizá
estamos a salvo entre el tumulto y el murmullo.
Soy un hombre todavía joven y lo hago, grito:
me llamo Kepa Murua y soy poeta.
Los demás también me miran con pena.
La joven llora, pero no deja de sonreírme.

Nadie alza la cabeza.
Uno ha llamado a la policía
y la chica que vigila se acerca:
por favor señor no haga ruido,
quédese callado y aguarde en la cola
como lo hacen estos educados señores
que son sus compañeros.
Por favor no se altere
y espere a que salga
su número en la pantalla.
Tienen ustedes toda la mañana.

Nadie mira de frente
pero es ahora cuando ella no llora.
Me guiña un ojo,
¿escribirás de esto?, me dice
cuando un beso invisible entra
desde fuera hasta dentro y el murmullo
se convierte en un rezo para que nadie nos olvide,
después de lo que grité antes
le respondo que sí con los ojos.

Es ahora cuando los demás nos miran
se dan la mano y levantan la cabeza.
Las mujeres se acercan a la chica
confesándole sus nombres y los hombres empiezan
a decirnos también cómo se llaman.

Porque nadie quiere ser un número
en un panel electrónico.
Ninguno quiere un tatuaje de más en la frente.
Tan solo conseguir un empleo
que nos retrate ante un espejo
llamado dignidad
-aunque ya nadie se lo crea-
como un trabajo cualquiera
como ser poeta o llamarse Kepa Murua
en este siglo veintiuno con tanta gente
con nombre tan bonito,
y que suenan tan bien
cuando cada uno lo pronuncia en una ofician de empleo
abarrotada desde las nueve de la mañana.

Kepa Murua (2011)

Este poema aparece en el libro «Autorretratos», de Kepa Murua, publicado por El Desvelo Ediciones en 2018.

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