Océano de las historias

Dalma y toda la gente que amo del asedio de Sarajevo

El 5 de abril de 1992 comenzó el sitio de Sarajevo, el asedio más prolongado a una ciudad en la historia de la guerra moderna, que duró hasta el 29 de febrero de 1996. El asedio de la ciudad de Sarajevo se desarrolló durante la guerra de Bosnia, entre las fuerzas de defensa de Bosnia y Herzegovina (tras su declaración de independencia de la República Federal Socialista de Yugoslavia) y el Ejército Popular Yugoslavo (JNA) y el Ejército de la República Srpska (VRS), situados en las colinas que rodean la ciudad. Se estima que de las más de 12.000 personas que perecieron y las 50.000 que resultaron heridas durante el asedio, el 85% de las bajas estuvo compuesta por civiles. La escritora y poeta Pilar Salamanca (Valladolid, 1958) publicó en diciembre de 2017, tras visitar la ciudad, su poemario «Ayer, no te ví en Sarajevo» (Editorial La Voragine). En recuerdo al sitio de Sarajevo, en su memoria, en su aniversario, Pilar ha recitado varios poemas de su libro en Mar de Fueguitos.

Dalma

Vivía de la caridad brutal y voluble de los borrachos.
Ocho años tallados en madera de cerezo,
sus dedos, plumas entre las flores
que a la noche vendía a las puertas de un café.

Luego, el primer día de la guerra,
la bala de un sniper le atravesó la garganta

Su cuerpo, túmulo de tierra removida.
Mínimas rosas, añicos de cristal, ojos de gato.
Ningún otro objeto suyo nos fue legado
por la avaricia de los asesinos.

Y nada. Apenas nada más.
Luego sí. Veinticinco años después de su muerte, sí.
Tres meses después de conocer su historia, sí:

La terrible nostalgia de su ausencia.
No más canciones, no su voz en los callejones,
no sus cenizas sobre el Neretva
ni tampoco visita alguna a las traseras de la mezquita
donde alguien con rotulador negro
escribió su nombre en una plancha de madera,
DALMA, 8 años.
Nada más.

Rotundamente, no

No, no hablo de las rosas
ni de la piel de mi amante
ni del céfiro que gira
tan lentamente en su movimiento
que se diría
misteriosa forma de quietud.

No, no hablo de las rosas sedientas
ni de las de ninguna otra clase
coronadas de espinas
rosas de pétalos desnudos
rosas enceradas.

Ni hablo de la belleza del mar-more
del dulce escozor de la carne-meso
del valor inextinguible de los karta-mapas
o del gran pueblo- veliko selo que, una vez
sucumbió en los Balcanes.

No, rotundamente no.

No hablo de la memoria que crece
para formar parte del árbol que algún día dará sombra
ni del bajel que nombra las olas
o de ese otro, hundido al zozobrar.

No, rotundamente no.

Porque no “estoy” en poeta
ni siquiera me siento una
no sé hablar en metáforas
ni voy delante del tiempo
mientras el coro de la tierra salta en pedazos
la caligrafía de los estorninos surca el cielo
o tú aprendes a leerme.

No, rotundamente no.

Más bien todo lo contrario
trato de aprender lo que no entiendo
el pan
los millones de manos aferradas a la vida
los dientes rotos de la tribu
la diminuta justicia medio ciega
el caos sobreviviente
y la gente
sobre todo la gente
todos los que amo.

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