Océano de las historias

El descubrimiento del silencio

Dice la ciencia que el silencio no existe, que es una convención, pero lo cierto es que el protagonista de esta historia lo encuentra en un paraje imprevisto. Otro más de los muchos rincones sobrecogedores que desfilan por «Gavia», el primer poemario del escritor de vida nómada Sergi Bellver (Barcelona, 1971), publicado por El Desvelo Ediciones. Todos los climas y lugares que encontramos en este libro envueltos en poesía muestran un mapa del mundo que es también el de un naúfrago de eterno regreso a Ítaca.


El país del silencio

El hombre conoce al fin el silencio sin necesidad
de ponerle nombre y en un paraje imprevisto.
Dice la ciencia que el silencio no existe, que es
una convención, imposible en la naturaleza
y amañada a escala de nuestros límites,
pero el hecho, no empírico, no demostrable,
no veraz, mas rotundo y sobrecogedor, es
que el hombre conoce por fin el silencio.

Le sucede en un viaje por carretera, si olvida
por un instante que desde luego no hay silencio,
no lo hay en la vibración del motor ni en el roce
o el rebote de los neumáticos sobre el asfalto,
cuarteado de invierno y salpicado de grava,
pero le sucede, podemos concluir, a medio camino
de su viaje improvisado entre Albarracín y Morella,
por toda esa comarca o ese país, de los pinares
al hojaldre de roca de tantos montes boca arriba.

Insisten en que no es posible ese silencio,
pero el hombre descubre, de repente,
que por la desolación del Maestrazgo,
bajo el rondo de los buitres en las alturas,
hay un silencio que debe ser el de los astros,
hermano de la pintura de Rothko e idéntico
al de cada pausa en el Réquiem de Mozart.
Y quién le dice ahora a ese hombre que no hay silencio,
si acaba de vaciarle el pecho en un país inesperado.

La ballena vasca

Antes, mucho antes de que Elcano
le acabara la vuelta al mundo al portugués,
la ballena vasca ya moría, destazada,
entre las costas de Terranova y de Getaria.

Cuatrocientos años de acercarse a los barcos,
lentas y confiadas, colmadas de aceite y de grasa.

Hasta que no hubo más ballenas
en todo el océano Atlántico que remeros
en dos traineras de Hondarribia.

Cuatrocientas ballenas francas quedan, dicen,
demasiado lejos ya de Lekeitio o de Zumaia.

A la última ballena vasca
la reventaron con dinamita
sin darle tiempo a pedir la voz
ni la palabra.

Qué siglo de silencio
en el Golfo de Vizcaya
y cuánta sangre absurda
varada en estas playas.

Sergi Bellver, de «Gavia» (El Desvelo Ediciones, 2019)

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