«La escuela enseña obediencia desde el principio, ni siquiera es una asignatura pero es como la materia principal. En todas las asignaturas se enseña obediencia», señala Miguel Martínez (Madrid, 1982), poeta y profesor de Filosofía en un instituto. «Mi poema ‘Desobediencia’, como muchos otros que tengo, está basado en las clases que doy y en un ejercicio que les planteo a mis estudiantes de primero de Bachillerato en el que tienen que responder a la pregunta de qué ha aportado más a la humanidad, la obediencia o la desobediencia. Y tienen que defender una postura o la otra. Y siempre me acusan de que yo planteo los temas pero luego no doy mi opinión, no me mojo. Y por eso nació este poema. Yo creo que la desobediencia sirvió más a la humanidad pero sí es verdad que la obediencia ha construido muchas cosas, si no hubieramos cooperado en un montón de historias hubiera sido imposible llegar a donde estamos. Para mi, ya pensar, pensar una cosa diferente, no recurrir al tópico, a lo que piensan los demás porque es lo que está bien visto, ya es desobediencia. Hay unas maneras de desobedecer que no llevan necesariamente a la horca ni a la cárcel, hay una desobediencia cotidiana que es muy propia del ser humano», explica Miguel Martínez, que con su último libro, «Viajes a una fresa», publicado por Algaida Editores, ha recibido el Premio de Poesía Ciudad de Badajoz.
«A mi me gusta hacer poesía con las palabras de todos los días, las de bajar a comprar el pan, las palabras cotidianas, las que puede entender cualquier persona», cuenta Miguel Martínez. «Yo creo que hay un vicio muy extendido en la poesía y es el de creer que en lo complejo hay algo interesante por el mero hecho de que sea complejo. Y yo creo que no, que se puede ser interesante y se puede ser inteligente sin decir las cosas de un modo enrevesado», añade el poeta.
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