«Lo que me atrae de Miguel Mármol es la humanidad de este personaje, su capacidad de lucha incansable. A pesar de pasarlas canutas y estar mil veces a punto de morir, él nunca se rindió y siempre siguió luchando por sus vecinos», explica el ilustrador Dani Fano, autor del libro «Los doce nacimientos de Miguel Mármol», recién publicado por la editorial Astiberri. «Está claro que después de la guerra no se han conseguido las cosas que la lucha social de aquellos años pretendía, sobre todo no ha habido un cambio en el sistema económico de El Salvador. No voy a decir que se está igual que antes de la guerra, evidentemente, pero el cambio económico y social no se ha producido. Entonces, ¿qué haría hoy Miguel Mármol? Sin duda alguna, seguiría luchando y agitando obreros, campesinos y estudiantes de la universidad porque esta lucha no para. Vivimos presos de un neoliberalismo feroz que nos consume en El Salvador, aquí, en Euskadi, y, desgraciadamente, en todas partes. Más que nunca hacen falta cientos de Miguelitos, aunque sé que no es fácil conseguir personas de ese calado y ese compromiso con sus ideales», reconoce Dani Fano. «En este sentido, Miguelito no puede morir. Cada vez que cualquier trabajador o trabajadora, campesino o campesina, levante el puño para decir hasta aquí llego y basta de injusticia, Miguelito vuelve a nacer», añade el ilustrador.
«A lo largo de su vida Miguelito Mármol presenció plagas, terremotos, huracanes, deslaves, hambre y enfermedad, la dura represión de golpistas militares, la masacre campesina de 1932 donde murieron más de 30.000 personas, la prohibición de nuestro idioma originario, el náhuat, y la de vestir nuestros trajes», cuenta Cristo Calderón, integrante de la asociación Mundo Salvadoreño». «Ser indio pasó a ser sinónimo de ser enemigo del Estado, así que nuestro Miguelito sufrió la persecución del gobierno y fue declarado enemigo público durante toda su vida. Siempre fue cazado y siempre se escapó. Siempre inquebrantable y siempre firme en sus ideales, Miguelito Mármol fue un artesano de la lucha popular, ese fue su oficio hasta el día en que se convirtió en leyenda. Murió peleando y hoy vive en la lucha diaria de cada uno de nosotros. Es un personaje que se ha quedado en la memoria de la gente, la que lo conoció, lo quiso, los que lucharon de verdad, y me parece que es una falta bastante grave que el gobierno actual de El Salvador no se acuerde de él. Este trabajo lo tenía que haber hecho la secretaría de Cultura pero lo ha asumido el Museo de la Palabra y la Imagen. Este Museo ha hecho lo que el gobierno no hace en cuanto a la cultura y eso me parece una vergüenza grave», sentencia Calderón.
Para Cristo Calderón, integrante de la asociación Mundo Salvadoreño y que vive en Euskal Herria desde 2007, este libro «es una hermosa herramienta didáctica visual en la que está plasmada parte de nuestra historia, de nuestra identidad, de nuestros mitos y leyendas, de nuestros paisajes autóctonos y nuestra singular manera de hablar. Cualquier persona salvadoreña en cualquier lugar del mundo comprenderá el libro y lo internalizará con fuerza y mucho sentimiento. Y para las personas de madres y padres salvadoreños nacidos en cualquier lugar del mundo, este libro es una divertida, entretenida y deseable manera de conocer esa parte identitaria que se ignora, es un recurso que nos ayudará a descubrir de dónde venimos y a valorar la sociedad de acogida con otra visión». En esta línea, para Calderón, este libro que recoge las vidas de Miguel Mármol «es un auténtico homenaje a la lucha salvadoreña, a la clase trabajadora, a la clase obrera, a nuestras manos artesanas, a quienes migramos en busca de un futuro mejor. Es un nudo en la garganta, un mar de sentimientos encontrados, recuerdos, olores, colores, sabores y sonidos, los grillos, los pajaritos de cada lugar y cada hora, el olor a sol y a pescadores, las conversaciones habituales de las personas humildes a quienes observaba durante horas y horas cuando era niño, los recuerdos de la guerra, las monjitas intentando hacerme un “hombre de bien”, las bombas y las balas, el olor de los muertos, unos podridos y otros chamuscados, el miedo en todas partes, salir huyendo despavorido porque te reclutaban y no volvías nunca más… Y luego la paz y la esperanza y hoy la vuelta a empezar».
Así se dice en mi Paisito ser hombre de bien.Miguel era de esos hombres, Amante de la Justicia, de que todo el mundo tuviera lo necesario para vivir dignamente, pero no sólo lo quería, lo lucho, lo predicó, lo sufrió no se rindió como lo hacen los y las grandes. Avivemos fuegos y fueguitos que den lugares a Miguelitos y Miguelitas…se hace urgente.