Océano de las historias

A la sombra del pero

«Cuando las huertas eran espacios para llenar despensas y no para llenar cajas y cajas que llevar al mercado, los viejos peros eran, sobre todo, el símbolo del descanso y, después, el árbol en el que refrescarse llevándose a la boca la pera áspera de donguindo o el temprano peruquillo», cuenta Emilio Barco en uno de los escritos que ahora ha recolectado y publicado la editorial Pepitas de calabaza en el libro «Donde viven los caracoles. De campesinos, paisajes y pueblos». Después de treinta años, Emilio Barco Royo ha conseguido dedicarse a lo que le gusta: producir verduras para ensaladas y materia para el conocimiento. Pasa el tiempo entre sus clases de Historia Social y Económica y de Economía Agraria con los alumnos de la Universidad de La Rioja y su huerta, y sus olivos de Alcanadre (La Rioja), donde nació hace sesenta y dos años.

El viejo pero

De aquellos peros de tronco grueso, brazos enormes y corteza abierta, arrugada, como la piel del viejo campesino que lo plantó, pocos quedan. Más eran para sombra que para fruta, aunque para todo servían. Un viejo clavo de cabeza ancha, de esos que adornan las viejas puertas, más que hincado formando parte del arrugado tronco, en el que se colgaba la alforja. Sobre los brazos que se abren desde el tronco, unas cuerdas, «por si acaso»; una caldereta vieja para llenar la regadera en el pozo que quedó en la acequia y unas alpargatas viejas. El viejo pero de donguindo o de peras de agua; de peruquillos de San Juan o de peras de invierno. Medio celemín de tierra bajo sus sombra, lugar prohibido para las alubias, para los tomates, para los pimientos, para las patatas… Lugar para la holganza y el sosiego. Cuando las huertas eran espacios para llenar despensas y no para llenar cajas y cajas que llevar al mercado, los viejos peros eran, sobre todo, el símbolo del descanso y, después, el árbol en el que refrescarse llevándose a la boca la pera áspera de donguindo o el temprano peruquillo. Aquí un pero, allí un manzano, junto al ribazo un albaricoquero. Geometría extraña en los viejos huertos para parcelar todavía más lo que ya está tremendamente parcelado. Geometría que no sirve cuando es preciso vivir del mercado. Agricultura tradicional en la que los árboles frutales tenían un sentido además del natural de dar fruta si el año iba bueno, como el viejo pero, como los viejos peros. Viejos peros que ya no quedan. Viejos peros que estorbaron a las máquinas cuando llegaron a las tierras de regadío. Viejos peros que se interponían en el trazado rectilíneo por el que avanza la moderna agricultura. Peros viejos para sombra, de los que pocos quedan.

Emilio Barco (Agro, 1 de agosto de 1997)

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