«Todas las divisiones son mentira salvo la que divide los cuerpos en dos grupos incomprensibles entre sí. Aquellos que se han roto y los que no», proclama el poeta Ben Clark (Ibiza, 1984), «un hombre que no puede y que no sabe, pero que ama y comprende los milagros». Su libro de poesía «La policía celeste» (editorial Visor) ha recibido el XXX Premio Loewe.
En 1800, cuenta Ben Clark, seis astrónomos se reunieron en un observatorio privado del norte de Alemania con el objetivo de encontrar un «planeta perdido» que, según la ley Titius-Bode, debía existir entre las órbitas de Marte y Júpiter. Así se fundó la primera sociedad astronómica del mundo. Se hicieron llamar «la policia celeste».
La policía celeste mandó una invitación al astrónomo y sacerdote italiano Giuseppe Piazzi para que se uniera a su causa. Sin embargo, la casualidad quiso que, el 1 de enero de 1801, antes de recibir la carta con la invitación, Piazzi descubriera el «planeta» que buscaba la policía celeste. Lo llamó Ceres, en honor a la patrona de Sicilia y a la diosa romana que enseñó a los mortales el arte de cultivar la tierra, de sembrar y recoger el trigo y elaborar el pan.
A continuación, aquí podéis descubrir, disfrutar, dos poemas, «Ceres» y «Los rotos», de este precioso y sabroso libro de Ben Clark.
Ceres
Admiro a los amigos que hacen pan
y los cuido y protejo con conjuros
inventados, escribo
poemas en su honor y, si se mudan,
vendo mi biblioteca y doblo mal
la ropa y la introduzco
en bolsas de basura y voy con ellos,
a su barrio, a su calle,
a su mismo edificio si es posible,
y así me dan el pan, el pan que han hecho
esta mañana, anoche, ayer, no importa,
tierno siempre, caliente aunque esté frío.
El pan. Y mis amigos me comprenden
y no se espantan, saben que no sé,
que no puedo, que nada
me gustaría más que no tener
que molestarlos siempre con el mismo
cuento; el pan, vuestro pan, me da la vida,
hace que me arrepienta y que me alegre
a la vez del tratado que firmamos
mucho antes de nacer: habrá personas
fecundas que harán pan, que enseñarán
a sus hijos el truco y que no tienen
a cambio que hacer nada.
Y habrá personas huecas como yo,
hijos sin hijos, nombres moribundos,
que a cambio de una pizca de ese amor
tendrán que proteger a los que saben,
cuidarlos siempre, amar a los que saben
y no pedirles nunca lo que es suyo
y agradecer las migas cuando falte
el pan, y ser amigo cuando no
haya nada de nada y sólo queden
palabras sobre el pan, y si eso ocurre
ser abrazo de roca y ser su barca,
porque esa es su tarea, la tarea
de un hombre que no puede y que no sabe,
pero que ama y comprende los milagros.
Los rotos (con Anne Sexton)
Todas las divisiones son mentira
salvo la que divide los cuerpos en dos
grupos incomprensibles entre sí.
Aquellos que se han roto y los que no.
Los rotos no pedimos demasiado:
que se nos quiera, sí,
que los que no han vivido la fractura
tengan paciencia
si mascullamos viendo las noticias
o hacemos el amor
con un poco de miedo.
Entenderás, entonces, ciertas cosas.
Por qué en casa las tazas no se tiran
y por qué a veces quiero
estar solo después de que suene un portazo.
Los ritos de los otros, amor mío.
Ademanes que espero que no comprendas nunca.
Ben Clark.
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