Océano de las historias

La miel de los pueblos silvestres

«La miel» es una rareza, un libro mágico, inagotable, que recoge como hojas secas, como agua de lluvia, las visiones, maravillas y miserias de los últimos días de un puñado de ancianos en su aldea. «La miel» es un libro de cuentos, es poesía, es un milagro. Aquí os ofrecemos los primeros cantos de este libro de Tonino Guerra que ha publicado la editorial Pepitas de calabaza.

CANTO PRIMERO

Tenía ya setenta años cumplidos y cuatro días cuando cogí
un tren en marcha. No podía soportar ni un día más la ciudad
con todas aquellas uñas delante de la boca.

Ahora estoy aquí en mi pueblo, con mi hermano.

Está lleno de casas vacías. De mil doscientos que éramos,
solo quedamos nueve: yo, que acabo de llegar,
la Bina, Pinela el campesino, mi hermano que aún vive
en la casa vieja, la Filomena con el hijo tonto,
y tres jubilados que están siempre sentados en la plaza
y que en sus tiempos eran zapateros.

Los demás se marcharon quién sabe adónde: a América, a Australia,
a Brasil, donde Fafín el loco iba de caza con un cuchillo
y un día mató un jaguar creyendo que era un gato.
En mil novecientos veinte un grupo de albañiles,
después de seis meses de viaje en barco mirando el mar
y el agua de un río que no acababa nunca,
llegaron por fin a la Muralla China
que se había roto por todas partes y hacía falta mano de obra.
Antes de desaparecer para siempre, el padre de la Bina
que iba con ellos mandó noticias suyas cada año
a las que luego llamaron «las cartas de la China». En la primera
preguntaba por una cabra que tenía fiebre el día que él se fue,
en la segunda contó que se había comido una culebra,
en la tercera hablaba de una mujer que le cosía los botones,
la cuarta estaba llena de garabatos como los que hacen las gallinas
en el barro, para dar a entender que se había vuelto chino
y se había olvidado de todo, hasta de las palabras.
Mis padres no se movieron nunca de casa: mi padre
vendía carbón
y mi madre llevaba las cuentas en un papel amarillo.
Como no sabía leer ni escribir hacía rayas
para los clientes flacos y círculos para los gordos.
Los números los llevaba apuntados en la cabeza y cuando pagaban
los tachaba con una cruz.

Aquí el aire es bueno y el agua va por sus cauces.
Coches no hay y los perros
están siempre tumbados en mitad de la calle.

CANTO SEGUNDO

Esta mañana, nada más salir al jardín,
ya me parecía haberme dejado algo en casa.
Dos pasos hasta el albaricoquero
y vuelta a entrar.

Ahora que ya no tengo nada que hacer
estoy sentado frente a la ventana
y me pregunto: ¿Quieres esto? ¿Quieres lo otro?

He quemado las páginas de los libros, los calendarios,
los mapas. Para mí, América
ya no existe, Australia nada,
la China es un olor,
Rusia es una telaraña blanca
y África un vaso de agua que soñé.

Desde hace dos o tres días voy detrás de Pinela, el campesino,
que va buscando la miel de las abejas silvestres.

CANTO TERCERO

Mi hermano trabaja en el telégrafo de la estación
por donde no pasan trenes desde hace cuarenta años.
Los raíles se los llevaron durante la guerra
cuando hacía falta hierro para hacer cañones.

Está sentado y espera. Pero no lo llaman nunca
y él tampoco llama a nadie. El último telegrama
venía de Australia y era
para Rino del Fabiótto que estaba ya criando malvas.

El día que pasé a verlo, mi hermano
estaba sentado bajo la marquesina de hierro
con las manos en los bolsillos, abstraído en un aire
pellizcado por los trinos de una bandada de pájaros.

Ante nosotros, la línea llena de hierba
por donde pasaban los trenes. Ahora, en cambio,
bajaba una gallina que pasó por delante
sin miramos siquiera.

Tonino Guerra.

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