Océano de las historias

El mundo freelance: ni patria, ni dios, ni sindicato

Son peligrosos porque llevan un mundo nuevo en sus corazones, sin contratos fijos ni patrones. Y con la suerte, además, de marcar sus propios horarios laborales. Son la marabunta precaria del trabajado autónomo y Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980), guerrillero freelance, les ha dedicado su último poemario, «Pertinaz freelance«, editado por Visor. Aquí os dejamos un par de poemaudios de este libro.

Manifiesto freelance

Nos importa una mierda el futuro y no tememos a los últimos lobos de la madrugada.

Somos hombres y mujeres tomados uno a uno, como polvo, tenemos la fuerza de un diente de león, nos disgregamos, nos disolvemos, nos escondemos en nuestras pequeñas cuevas de treinta metros cuadrados, en las callejuelas del centro. No nos conocemos a nosotros mismos ni nos conocemos entre nosotros. De nuestros amos, la voz telefónica y los céntimos de cobre.

Venceremos, si vencemos, por cantidad y no por calidad, no sabemos de heroísmo ni de gloria, formaremos marabuntas rizomáticas de autónomos que, descabezados, como zombis, sembrarán el caos en el mercado laboral, sin orden ni concierto. No tenemos ni patria, ni dios, ni sindicato. Cientos de miles de autónomos por cada acomodaticio culo indefinido. Lo inundaremos todo como una masa informe, viscosa, translúcida que al menos tiene la suerte de marcar sus propios horarios laborales.

Modernos, cada vez menos jóvenes e independientes. Freelancers calvos, freelancers jubilados, freelancers con trillizos, estatuas en las plazas de los pueblos al freelancer. Hacemos la siesta, invadimos las cafeterías con nuestras herramientas informáticas, tenemos tiempo para, al atardecer, alimentar nuestros estómagos hambrientos con canapés vernissage.

Somos peligrosos porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Da igual que todo arda: con nuestros procesadores de texto, con nuestras bases de datos, con nuestras hojas de cálculo, con nuestros mails humeantes, con nuestros editores de foto, con nuestras impresoras, con nuestros escáneres, con nuestros marcadores fluorescentes, y nuestros clips, y nuestro inglés nivel medio y nuestro francés leído, sobre todo, con nuestros precios bajos, construiremos un mundo nuevo, sin contratos fijos, pero sin patrones.

No nos vendemos: nos alquilamos por unas migajas de prestigio. Este es nuestro precario orgullo.

(Por cierto, soy rápido, soy limpio y ando dispobible).

Una habitación con vistas

me asomé al balcón a mirar el mar:
quería captar el sutil reflejo de la luna
sobre la tremolina superficie
-para el que los suecos
tienen un nombre que no recuerdo-,
o el vuelo último de las gaviotas
hilvanadas en la brisa de la tarde

(a veces la ruedecilla del ratón de mi pc
hace un graznido parecido al de las aves
sobremarinas).

el paso cansado de los pescadores
regresando de coser redes
en sus pintorescas barquichuelas
de cuadro de provincias.

vamos: el masticable olor a salitre
y la conciencia de una vida plena
vibrando al ritmo del Tao encarnado
en la propia cadencia de las olas.

me asomé al balcón a mirar el mar
y me di de bruces con el edificio de enfrente.

en el escaparate del supermercado
las sardinas seguían de oferta.

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