«La llegada a las playas de Lesbos es el momento más emocionante porque dejan el mar, un peligro de muerte clarísimo. Sin embargo, por la tarde, en la explanada del puerto, las colas de miles de personas esperando superordenadas, perfectamnente alienadas y en absoluto silencio, quizás sea la parte más dura porque se masca como una sensación de agobio mientras las filas de personas embarcan y se los traga el ferry que les llevará a Atenas», explica Germán García Marroquín, integrante de la iniciativa ciudadana Ongi Etorri Errefuxiatuak Bizkaia, de su estancia de una semana en la isla griega de Lesbos. «La contrapartida a esa tristura del puerto, la parte buena, es la gente que ayuda, eso me ha impactado mucho», cuenta Germán. «Desde luego, aunque no sé si lo había perdido del todo, he recuperado la confianza en el género humano. Hay personas estupendas, extraordinarias, trabajando en Lesbos que en apenas un momento, unos minutos, por ejemplo en la playa, son capaces de un trato, de una amabilidad, de un cariño, de una humanidad entre la gente que espera y la que llega, que me anima a pensar que todavía hay una posibilidad, que a pesar de estos gobiernos es posible que la humanidad nos entendamos y ayudemos».
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