Para resistir a las políticas migratorias que diseñan los Estados y la Unión Europea (UE), y cambiarlas, hace falta un movimiento social y político capaz de organizar esa resistencia y forzar esos cambios. En este artículo recojo algunos aspectos de la construcción de ese movimiento, que no pretenden abarcar, ni de lejos, todos los terrenos de esta tarea ni del debate sobre ella.
Migraciones, la causa de nuestro tiempo
No me refiero a la defensa del derecho a migrar como la causa de nuestro tiempo porque lo considere una causa más importante que las defendidas por el ecologismo o el feminismo, sino porque sus movimientos han logrado abrir un espacio en la sociedad para sus principios y objetivos, lo que el migracionismo no ha conseguido. Más bien al contrario, vemos cómo ganan terreno en las políticas migratorias las posiciones racistas y xenófobas de la extrema derecha.
Considero que es la causa de nuestro tiempo también porque comparto la opinión de Etienne Balibar, recogida en su artículo Por un derecho internacional de acogida, sobre que la “condición [de las personas migrantes] concentra las consecuencias de todas las desigualdades del mundo actual. Se trata de saber si la humanidad va a expulsar de su seno a esta parte de sí misma o si va a integrar sus exigencias a su orden político y su sistema de valores”.
No podemos aceptar espacios de no derechos que nos conducirían de regreso a una nueva versión del nazismo. Por principios de humanidad y porque creado el precedente para un grupo social podría extenderse a nuevos grupos de “inservibles” para el sistema e ir ampliando estos espacios sucesivamente.
Es necesario y de la máxima urgencia poner fin a tantas muertes y tanto sufrimiento innecesario de las personas migrantes forzosas.
La dimensión del número de personas afectadas por la injusticia e inhumanidad de las políticas migratorias nos demandan considerarla de la máxima prioridad: más de 300 millones de personas son migrantes o desplazadas forzosas en 2022. Miguel Pajares estima entre 175 y 300 millones de personas las migraciones climáticas en 2060, lo que multiplicaría por dos la cifra actual. Está presente en todos los continentes y en la mayoría de los países del mundo, con gran influencia en la política interna de los países de destino.
Porque podemos entender la migración como un movimiento por la redistribución de la riqueza en el mundo desde una perspectiva anticolonial y antirracista.
¿Cómo entender el movimiento?
Es preciso construir un movimiento social y político semejante a lo que son hoy el movimiento feminista y ecologista; un movimiento que recorra a toda la sociedad, en el que se reconozcan todos los grupos que luchan por el derecho a migrar y por los derechos de las personas migrantes forzosas.
Considero que toda actividad organizada por los derechos efectivos de las personas migrantes forzadas y los desaparecidos es parte del movimiento. Todos los grupos, colectivos, asociaciones, ONG, proyectos de acogida, independientemente de su tamaño o su ámbito de actuación, inspirados por la voluntad de superar la situación de injusticia sobre la que centran su actividad, son parte del movimiento. Un movimiento, por tanto, anti-sectario e incluyente que necesita alcanzar la máxima amplitud dada la dimensión de su objetivo.
El movimiento ya existe, pero no es fuerte. No es capaz todavía de modificar las políticas migratorias en temas claves: cierre y externalización de fronteras, rescate en el mar, leyes de Extranjería…).
Hay que construir un movimiento político global, que abarque la totalidad del hecho migratorio: el derecho a migrar, el derecho a no verse forzado a hacerlo, la garantía de un tránsito seguro y el respeto a los derechos humanos durante el mismo y la realización efectiva en todos los órdenes del principio de igualdad de derechos de las personas migrantes y autóctonas en los países de destino.
Los dos primeros derechos nos obligan a actuar contra las bases de un sistema capitalista racial y patriarcal y contra la vulneración de derechos en los países de origen ejercida directamente o en connivencia con los poderes locales por los países del Norte global. El tercero y cuarto nos obligan a intervenir sobre las políticas que se aplican en los países de destino (leyes de extranjería) y en el tránsito (cierre y externalización de fronteras).
Todos los grupos que actúan con alguno de estos objetivos, independientemente de su tipo y dimensión, entiendo que son parte del movimiento.
Estos grupos, cualquiera que sea la actividad en que se centren, podrían incorporar en su acción la determinación de las causas que generan las injusticias/desigualdades sobre las que interviene y explicarlas a la sociedad; la intervención sobre las consecuencias; la denuncia de los responsables y la presentación de propuestas que sean percibidas como creíbles por la mayoría de la sociedad.
Un movimiento propio también de las personas autóctonas
En mi opinión, en el movimiento por el derecho a migrar, no hay un “ellos” y un “nosotros”. Aunque en la mayoría de los casos las personas migradas de manera forzosa y autóctonas tenemos situaciones de vida muy distintas (especialmente las personas racializadas), la lucha contra las políticas migratorias que llevan a cabo las personas migradas, las familias de los migrantes desaparecidos y las personas autóctonas es una lucha compartimos objetivos básicos recogidos en los artículos 1 y 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos… Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Del movimiento por el derecho a migrar debemos formar parte las personas autóctonas que no queremos vivir en una sociedad donde existan grupos sociales sin derechos y que entendemos que la mejor manera de defender los derechos que tenemos es que sean derechos de todas las personas.
Si la migración es un movimiento por la redistribución de la riqueza en el mundo, queremos ser parte de ese movimiento. Los Estados reprimen la migración irregular porque cuestiona su soberanía y a las personas migrantes forzosas porque son la expresión de una forma de rebelarse contra el (des)orden establecido. Quienes formamos parte del movimiento no nos relacionamos con las personas migradas de manera forzosa como víctimas. Son víctimas de situaciones de injusticia contra las que se han rebelado. Su opción de migrar es ya una forma de enfrentarse a esas injusticias.
Comparto, en este sentido, la opinión de Arun Kundnani, de su libro Capitalismo racial, Editorial Cambalache, 2023: «La liberación política, más que la liberación personal, depende del principio de que cada una de nuestras liberaciones, ya sea definida en términos de raza, clase, género o sexualidad, esté ligada entre sí. Solo este tipo de movilización hacia el exterior puede construir la solidaridad colectiva necesaria para cambiar las estructuras racistas. Los términos de esa unidad dependerán del contexto. Debido a que el capitalismo racial se organiza a través de divisiones raciales materiales, no hay garantía de una unidad automática de la clase trabajadora. Hay momentos en que los grupos racializados necesitan organizarse de forma autónoma. Y hay momentos en que la unidad de clase tiene sentido. Pero, más allá de cómo se conciban, los movimientos sólo pueden construirse a partir de los valores de la camaradería, la solidaridad, la unidad, de la convicción común de que, en aras de la construcción del bien colectivo, crecemos a través de la interdependencia».
Una dificultad añadida
En el caso del movimiento por el derecho a migrar tenemos una dificultad añadida en relación al ecologismo y al feminismo: en las sociedades democráticas está muy asimilado el principio de que deben organizarse en base a la expresión política de las mayorías, pero no lo está el que esa mayoría debe respeta y atender los derechos de las minorías; menos aún cuando no se identifica a la minoría como parte del “nosotros”. Hacer entender a la mayoría que la extensión de los derechos a todas y todos es la mejor manera de asegurar los derechos que tenemos no va a ser tarea fácil.
Un reflejo de esta dificultad es la escasa atención y nula reacción ante el escalofriante número de muertos en las rutas migratorias.
¿Cómo llamar a este movimiento?
Se suele decir que lo que no tiene nombre no existe. Es una exageración porque el movimiento por el derecho a migrar existe, pero tener un nombre podría ayudar a darle identidad y mayor proyección.
Tenemos la definición pero no un concepto que la condense en una sola palabra. Una definición posible (tomando como base la definición de la RAE para feminismo y feminista) podría ser: “Movimiento que lucha por el derecho a migrar, por el derecho a no verse forzado a hacerlo y por la realización efectiva en todos los órdenes del principio de igualdad de derechos de las personas migradas y autóctonas”.
No es imprescindible pero creo que nos vendría bien tener un ISMO y un ISTA que nos identifiquen tal como existen para otros movimientos: feminismo, ecologismo, feminista, ecologista.
Germán García Marroquín.
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