«Cuando las personas entran en el bucle de la exclusión social lo primero que dejan de hacer es comer bien, empiezan a acceder a una comida más barata, de menor calidad y a privarse de comer en algunos casos. Nosotras diferenciamos, y nos parece clave en este tema, entre el alimento y el mero producto comestible. Para cuando estas personas salen en las estadísticas oficiales llevan ya mucho tiempo accediendo, con suerte, a productos comestibles y el alimento hace tiempo que dejaron de tenerlo», señala Isa Álvarez, de Baladre, coordinación de colectivos y personas contra la precariedad, el empobrecimiento y la exclusión. «No podemos seguir funcionando con los mismos esquemas que hasta ahora, con bancos de alimentos que se nutren básicamente de los restos de la agroindustria y contando calorías en lugar de alimentos. Es decir, cuando se hace un reparto alimentario, cuando se diseñan estrategias de atención social, hay que pensar más en derechos y en la nutrición de las personas. La gente quiere comer bien y no quiere estar en la situación de exclusión en la que se encuentra. Y si tuvieran soberanía en la capacidad de decisión optarían claramente por un modelo de alimentación mucho más nutritivo y sano», explica David Lopetegi, de Bizilur, asociación para la cooperación y el desarrollo de los pueblos. Baladre y Bizilur acaban de publicar el libro «¿Qué comen las que malcomen en la CAPV?», un trabajo en el que reflexionan, desde la agroecología y la soberanía alimentaria, sobre los sistemas alimentarios con derechos, sobre la alimentación de las personas en situación de exclusión o desventaja social en el País Vasco.
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