«Teresa sigue en la lucha, a pesar de su edad, de sus 97 años. Muchas veces le decimos que no hace falta, que ella ya ha peleado, pero sigue reivindicando la memoria. Y es algo envidiable. Deberíamos aprender de ella, quienes somos más jóvenes y sobre todo las generaciones que vienen detrás, que sepan lo que es esa lucha y su porqué, que no son delirios de ancianos, que es nuestra memoria y hay que preservarla con uñas y dientes», comenta la escritora Celia Santos (Bergara, 1972) al hilo de su última novela, «La niña de Rusia», en la que relata la vida de Teresa Alonso, niña exiliada durante la Guerra civil.
«Es un episodio de la historia que muy poca gente conoce y deberíamos conocer y saber, se tendría que aprender en las escuelas, los institutos», cuenta la escritora Celia Santos sobre las miles de niñas y niños que tuvieron que exiliarse de España durante la guerra. «Se tiene que saber que las personas refugiadas que ahora recibimos, no solo de Ucrania, sino de Siria, por ejemplo, están huyendo de la guerra, de las bombas, algo por lo que nosotros pasamos hace 80 años. Hay que pasar página, sí, pero antes de pasarla hay que tenerla bien aprendida y sin que contenga faltas de ortografía. Hoy en día el nivel de conocimiento de la historia más contemporanea en nuestro país es pésimo y es una lástima que no sepamos por qué se produjo una guerra en España, qué pasó, quiénes se enfrentaban», añade la autora de «La niña de Rusia».
«Teresa Alonso era hija de un republicano, empleado de Renfe. Vivían en San Sebastián pero al poco de empezar la Guerra de España, ella, su hermana y su madre tuvieron que ser evacuados a Bilbao, de momento más seguro», explica la escritora Celia Santos, para resumir la vida de Teresa. «Un día su madre la envió con la vecina a comprar carne de caballo a Gernika y presenció el bombardeo de la ciudad desde un otero. Tras ese y otros bombardeos que asolaron Bilbao, su madre decidió embarcarla en uno de aquellos barcos que evacuaban niños hacia diferentes países. A Teresa la enviaron a la URSS. En Santurce embarcó en el Habana y, al llegar a Burdeos, cambiaron al Sontay, un carguero de carbón en el que tuvieron que viajar escondidos en las bodegas. Allí se produjo el flechazo con Ignacio, conoció a Vicenta, Blanca, Juanita… Nombres que la han acompañado durante toda su vida.
Llegaron a Leningrado y les distribuyeron a las diferentes casas de niños. A ella la mandaron a Kiev, donde permaneció 3 años educándose y estudiando. Siempre recuerda aquella etapa con mucho cariño. Aunque fue en esos años cuando recibieron la noticia de la derrota de la República en la guerra. Al cumplir 15 años, fue enviada a Leningrado, a una casa de jóvenes españoles para seguir formándose. Pero estalló otra vez la guerra. Los jóvenes se dispersaron y la casa cerró, o quedó abandonada. Teresa tenía 16 años y se vio sola en pleno cerco de Leningrado. Siguió trabajando en la fábrica, mientras apagaba bombas incendiarias, cuidaba enfermos y recogía cadáveres de las viviendas. Hasta que pudo salir de la ciudad a través del lago Ladoga. Una noche entera de viaje en camión por una carretera de hielo. Y después, 50 días en tren hasta el Cáucaso. Tuvieron que atravesar el macizo a pie, pues lo alemanes se acercaban. En Georgia, trabajó en una fábrica de seda, pero sufrió un intento de violación y huyó. Los Keropián, una familia de zapateros de origen armenio la acogieron. Fue su familia durante 3 años. Hasta que acabó la guerra y quiso buscar a Ignacio. Su siguiente destino sería Moscú. Allí enloqueció al enterarse de la muerte de Ignacio, se casó y tuvo una hija. En 1956, cuando Franco autorizó la repatriación de aquellos niños que tuvieron que huir, Teresa decidió volver a España con su hija. El recuerdo de sus padres pudo más que ella. Quería reencontrase con ellos.
La vuelta no fue lo idílica que ella hubiera deseado. La pobreza, el rechazo social y familiar, la policía, los interrogatorios (en Barcelona y en Madrid, por parte de la CIA) le hicieron la vida imposible. Pero Teresa tenía una hija que mantener. Peleó, trabajó, vivió bajo una escalera, aguantó insultos y desprecios. Y todo ello, con una lesión en la espalda producida por la onda expansiva de un obús durante el cerco de Leningrado. Y salió adelante. Consiguió trabajo, casa y educación para su hija. Y volvió a encontrar el amor. Un amor maduro, sosegado, que la hizo feliz, más de lo que ella hubiera imaginado. Aunque la sombra del alzhéimer acabase con aquella felicidad pocos años después.
A partir de ahí, Teresa se volcó en ayudar a los demás, ayudar, mejorar la vida de los que están a su alrededor. Miembro de la Associació d’Expresos Polítics del Franquisme, del sindicato Comisiones Obreras, de la Escuela de la Dona, ha viajado durante años a las jornadas de Santa Cruz de Moya y Caudé».
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